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20. julio 2014

Construir la nueva ciudad

Cuando el Domingo pasado escuchábamos la parábola del sembrador, inmediatamente recordé el proyecto que muchos jóvenes habéis acogido con tanta ilusión de “Construir la nueva ciudad”. Se trata de recibir la propuesta que nos hace el Señor de sembrar, de hacerle presente a Él en medio de esta historia, en las circunstancias concretas en las que vivimos. Urge dar gratis lo que hemos recibido gratis. Urge curar, resucitar limpiar, sanar. ¡Qué eco ha encontrado esta propuesta en el corazón de vosotros los jóvenes! Vais a salir sólo con la fuerza y la gracia del Señor, con su amor. ¿Recordáis lo que os decía cuando os hice esta propuesta? Salir sin oro, ni plata, ni calderilla, ni alforjas, ni túnica, ni sandalias, ni bastón. Salir llevando al Señor en y con vuestras vidas, llevando la alegría del Evangelio. Recordaba lo que os he dicho tantas veces en estos años en las vigilias de oración y en ese compromiso que muchos de vosotros habéis realizado y que yo he ratificado imponiéndoos la cruz de “misioneros de la fe”: “la Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan” (EG 24). Sois más de 4.000 jóvenes cristianos los que habéis realizado ese compromiso de vivir siendo “misioneros de la fe”. Habéis entendido muy bien que ningún bautizado puede evadirse del compromiso misionero. Ayudad a estos jóvenes donde los encontréis, su trabajo es profecía y realidad que se va haciendo, ellos nos dicen que hay que “construir la nueva ciudad” con la fuerza, la gracia, la vida y el amor de Jesucristo.

El Papa Francisco nos dice en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium: “La evangelización obedece al mandato misionero de Jesús: `Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado´ (Mt 28, 19-20)… Hoy, en este `id´ de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva salida misionera” (EG 19-20). Cuando vamos a vivir este proyecto de “construir la nueva ciudad”, los jóvenes nos recuerdan que el compromiso del testimonio y de la misión es de todos los bautizados. Por eso, ninguno nos podemos evadir del compromiso misionero. Ahora entendemos todo el movimiento misionero que los jóvenes están viviendo este verano: han salido jóvenes de nuestra Iglesia Diocesana para África, América, Asia. Todos los que marchan fuera y los que quedamos aquí, estamos unidos en un único proyecto, “construir la nueva ciudad”, que a todos nos sitúa en el compromiso sincero “ad gentes” y que debe tener cada vez más una fuerza especial para no evadirnos o condicionar el dinamismo evangelizador. Acogemos en lo más hondo de nuestro corazón el anhelo del Papa Francisco cuando nos dice: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual, más que para la autopreservación” (EG 27). 

Mucho me gustaría que descubrierais que este proyecto “construir la nueva ciudad” hay que hacerlo sabiendo que el compromiso del testimonio y de la misión solamente se puede adquirir desde un profundo diálogo con Jesucristo. Por eso vais a tener todos los días al comenzar el día una hora de adoración al Señor y el rezo de laudes, terminando por la tarde con el rezo de vísperas y la celebración de la Eucaristía. Vais a tener la gracia de vivirla metidos de lleno en ese pasaje de la “Transfiguración del Señor” (cfr. Mc 9, 2-10). Escuchadlo desde la profundidad de vuestro corazón. Observad que el compromiso del testimonio y de la misión, solamente se puede adquirir desde un profundo diálogo con Jesucristo. No habrá misioneros mientras no existan hombres y mujeres que, como Pedro, Santiago y Juan, se dejen tomar por Jesucristo, descubran de verdad quién es el Señor y establezcan un diálogo abierto y sincero con Él. Y dejarse “tomar” es dejarse coger por el Señor en todo lo que somos, tenemos y vivimos. Hagamos un recuerdo sincero de tantos jóvenes santos que, a través de la historia, nos han dicho con sus vidas que el compromiso por la misión pasa por dos momentos: 1) un recuerdo honrado y abierto de aquellos que establecieron un diálogo sincero con el Señor y que les llevó a compromisos tan serios que dejaron hasta sus vidas para que se conociera Jesucristo, y muchos sus propia tierra también; y 2) un compromiso radical (pues no basta el simple recuerdo), por establecer también cada uno de nosotros, en estos momentos de la historia, ese diálogo honrado y abierto, para ver lo que el Señor nos pide de cara a la misión y a “construir la nueva ciudad”.

Estoy convencido de que quienes asumen que su gran compromiso de discípulos de Cristo y miembros de la Iglesia es anunciar a Jesucristo y dar testimonio de Él, con una esperanza sólida y con una caridad sin límites ni fronteras, lo hacen posible desde una adhesión sincera y fuerte a Cristo y al Evangelio, porque desean entregar al Señor a todos los hombres en la cultura en la que vivimos. No son ideas, es una Persona. Los “discípulos misioneros” son para todos los hombres llamada y pregunta permanente. En el relato de la Transfiguración del Señor se nos entregan las raíces desde las cuales nace la vocación a vivir siempre como discípulos misioneros. En este pasaje del Evangelio descubrimos que no se trata de hacer cosas, sino de entregar a una persona, a Jesucristo. Y si para ello hay que hacer, se hace. Y si hay que decir, se dice. Pero todo por dar a conocer a Nuestro Señor Jesucristo. Hay dos expresiones que a mí personalmente me llenan de alegría, pues veo en ellas las raíces de una fe consolidada, de una esperanza sólida y de una caridad sin límites: “y se transfiguró delate de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo” (Mc 9, 2b-3). Y es que el discípulo misionero tiene experiencia de Dios y experiencia de comunión con Dios y, desde Él, con todos los hombres.

“Se transfiguró” y “sus vestidos se volvieron resplandecientes”. Experiencia de Dios y experiencia de comunión con Dios que cambia nuestra vida. Ellos descubrieron de un modo muy claro que Jesús era Dios y que, por tanto, todo lo que les pedía merecía la pena hacerlo, pues no era un proyecto expresado por un hombre como ellos el que les presentaba, sino el gran proyecto de Dios para los hombres. Y esto entusiasmó a los discípulos, como nos sigue entusiasmando a nosotros, cuando nos ponemos sinceramente en comunicación con Dios. Precisamente, en esta comunicación es donde nuestra fe crece; nuestra esperanza no mira dificultades, sino que las supera; nuestra caridad crece sin límites y no sabe de acepción de personas, ni de lugares. Y todo, porque parte de esa misma comunión que establecieron Pedro, Santiago y Juan con el Señor, que transformó totalmente su vida y los llevó a decir: “Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!” (Mc 9, 5a). Sería como decir ¡qué bueno es vivir en comunión contigo! o ¡qué necesario es vivir esa comunión para alcanzar miras sin fronteras y capacidad para vivir en testimonio y misión! Solamente esto es lo que lleva a nuestros misioneros diocesanos a la misión “ad gentes” y lo que nos puede llevar a todos nosotros a un compromiso misionero cada día mayor y más explícito. Que la Mare de Déu nos haga sentir la necesidad de ser testigos del amor de Dios.

Con gran afecto os bendice

+ Carlos, Arzobispo de Valencia

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