No perdamos el tiempo, anunciemos a quien nos
salva. En la familia, en los campamentos, en las diversiones, entre los que necesitan de los demás, entre quienes sufren. ¿No es esto lo que van a hacer los jóvenes y a ello nos van a animar? El
proyecto está en marcha: “Construir la nueva ciudad”. Una semana en la que vamos a ver jóvenes que, como mandó el Señor, salen sin nada, sólo con su adhesión sincera a Jesucristo por nuestras
ciudades y pueblos. ¿A qué? A anunciar a Jesucristo con obras y palabras. Todos hemos visto o vivido situaciones muy diferentes: en nuestras familias, en nuestro trabajo, en algunos casos con
falta de él, en nuestros estudios, en nuestra convivencia, en nuestras relaciones familiares y sociales, en nuestro crecimiento personal, en las dificultades que han atosigado nuestra vida y las
de los nuestros. En todas esas situaciones, Jesucristo ha estado junto a nosotros, nos ha buscado para que demos más la vida y más de lo nuestro a los demás, a quienes más necesitan y para que,
ante las dificultades, no nos encerremos en nosotros mismos. A todos Él ha querido darnos a conocer su Amor y su Verdad. Quiere que experimentemos su cercanía y el deseo que tiene que todos
pongamos la vida a disposición suya y ser cauces a través de los cuales llegue la Verdad y el Amor a todos los que nos encontremos en la vida. Al comenzar este tiempo de verano y para algunos de
vacaciones, os invito a ser protagonistas de entrega del Amor y de la Verdad que es Jesucristo.
Hoy más que nunca existe demanda de Amor de Dios y
de Verdad que es Él. Hoy todos, y muy especialmente los jóvenes, sienten aquello que San Agustín sintió: hijo de su tiempo como nosotros, condicionado profundamente por costumbres, pasiones
dominantes, interrogantes y problemas de todo tipo, vivía como todos los demás. Sin embargo, en él había algo diferente: quería y buscaba el Amor y la Verdad. Y los encontró en Jesucristo. No era
una teoría, era una Persona. Después de haberse encontrado con Jesucristo, sabiendo ya quién era el hombre y cómo es el hombre, a dónde vamos y cómo podemos encontrar un camino que nos haga
felices y haga felices a los demás, San Agustín tomó la decisión de atravesar la historia de su tiempo con la misma pasión que lo hizo el Hombre verdadero, Jesucristo. Vivió apasionadamente con
la seguridad de que, regalando el Amor y entregando la Verdad y haciéndoselo descubrir a quienes se encontró en el camino de su vida, podemos sacar de todos los atolladeros y problemas a cuantos
nos encontremos, siempre contando con la fuerza y la gracia de Dios, que nunca nos abandona.
El Amor y la Verdad son condiciones de la libertad.
Y el ser humano necesita orden y derecho para que pueda realizar su libertad ya que es una libertad vivida en común. ¿Cómo encontrar ese orden justo en el que nadie sea oprimido? Con la
convicción de que todos conozcan a Jesucristo. Mirad, si no hay una verdad común del hombre como aparece en la visión de Dios, solamente queda el positivismo. Y así, a quien tiene otra visión le
consideramos como a alguien que nos impone lo suyo, a veces de manera violenta. Cuando no hay algo común que nos una, siempre habrá rebelión contra el orden y el derecho, porque se considerará
una esclavitud.
Tengamos el atrevimiento de encontrar en nuestra
propia naturaleza el orden del Creador, el orden de la Verdad, el orden del Amor, que, precisamente, da a cada uno su sitio y se convierte en instrumento de libertad y no de esclavitud. Por ello,
os invito a todos, estéis donde estéis en este verano y si tenéis tiempo algunos de vacaciones, a deteneros a contemplar la primera realidad: el Dios que se nos ha revelado en Jesucristo. La
auténtica libertad no está en desentendernos de esta primera realidad. Al contario, hemos de hacer un compromiso con ella. Jesucristo, que es la Verdad y el Amor verdadero, no es un conjunto de
reglas. Mirad como el Amor y la Verdad que es Jesucristo se verifica en las vidas de los santos a través de todos los siglos. Ellos son como esas señales que nos dicen: Él es la Luz, es el
Camino, Él es la Verdad y el Amor.
¡Cómo no agradecer al Señor y decir en sintonía con
Él, las mimas palabras que Él pronunció y que salieron de sus labios! También nosotros queremos decir con el Señor: “te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido
estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. Nos fiamos de Ti, encontramos en Ti la respuesta a todas nuestras preguntas y a todos los problemas que acosan al
hombre hoy y siempre. No somos más que otros hombres. Tampoco somos más virtuosos o con una cualidades especiales. Sí, hemos tenido la gracia de no fiarnos de nuestra sabiduría, que nos encierra
en nosotros mismos, sino de poner nuestra vida abierta a la luz, a la gracia y a la sabiduría que vienen de Ti. Y, por ello, sentimos la urgencia de ser “discípulos misioneros”, hombres y mujeres
que hemos escuchado tus palabras “id y anunciad”. Nos lo has revelado a nosotros, nos has comunicado aquello que con tan bellas palabras decía San Juan Pablo II: “Los hombres que esperan en
Cristo son todavía un número inmenso… No podemos permanecer tranquilos si pensamos en los millones de hermanos y hermanas nuestros, redimidos también por la sangre de Cristo, que viven sin
conocer el amor de Dios” (RM 86).
La Cruz es la expresión del Amor y de la Verdad más
grande. Todos los jóvenes que habéis recibido la Cruz de “misioneros de la fe” en las vigilias de oración, estáis llamados a regalar esta Verdad más grande, llamados a la acción misionera. Pero
todos los cristianos que habéis conocido más al Señor, sentid la urgencia de la llamada misionera. Todos los bautizados estamos llamados a dar a conocer el Amor y la Verdad que se nos ha revelado
en Jesucristo. Sabéis muy bien que la expresión más clara del Amor y de la Verdad, se manifiesta y revela en la Cruz. La expresión más sublime de la Verdad, del Amor y de la Misericordia de Dios
la encontramos en la Cruz, cuando el Hijo de Dios se hace Hombre y da todo de sí mismo, hasta su propia Vida, por nosotros, para que de verdad la tengamos. Sólo en el misterio de Dios que se ha
revelado en la Cruz, dando todo de sí mismo, autodonándose, tuvo nueva curación el hombre. En la Cruz, Dios habla y el hombre, ante todo, escucha y contempla. En la Cruz y junto a la Cruz
descubrimos que no se trata de transmitir verdades, sino de comunicar la revelación recibida de Dios mismo, por la cual Él pone en nuestras manos su Vida.
¡Qué belleza da a la vida el haber conocido a
Jesucristo! ¡Qué belleza tiene la expresión del Evangelio: “todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquél a quien el
Hijo se lo quiera revelar”! El Señor nos ha revelado quién es Él y qué quiere de nosotros. Desea que cantemos un cántico nuevo, el canto de la liberación. Un canto que deseamos hacer en medio del
mundo para que lo escuchen todos los hombres, en las diversas situaciones que viven: “venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré… encontraréis vuestro descanso”. Un
canto cuya partitura somos nosotros y las notas las pone Jesucristo con su vida en nuestra vida. Descubramos la belleza de la vida cristiana: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a
toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará” (Mc 16, 15). “Como el Padre me envió, así os envío yo” (Jn 20, 21). ¡Qué maravilla saber y vivir teniendo la certeza absoluta de que
Cristo es la luz de las gentes! ¡Qué oportunidad, el verano y las vacaciones, para anunciar a Jesucristo!
Con gran afecto os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia