Estamos celebrando la Pascua, es decir, el paso de
la muerte a la Vida, de la oscuridad a la Luz, de la mentira a la Verdad; en definitiva, el triunfo del hombre. Lo comunicaba muy bien Pedro a los judíos y vecinos de Jerusalén: “Escuchadme,
israelitas: os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis…os lo entregaron, y vosotros, por manos de
paganos, lo matasteis en la cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte” (cf. Hch 2, 14-33). Triunfo de Dios y triunfo del hombre. “Dios resucitó a este Jesús, de lo cual
nosotros somos testigos”. Y es que Dios, en Jesucristo, nos ha revelado que su fuerza es más grande que las fuerzas de los hombres y las del poder del maligno. Por eso, la Pascua es el triunfo de
Dios y el triunfo del hombre. Y precisamente por eso, la urgencia de entregar esta noticia a todos los hombres, pues solamente en Jesucristo alcanzamos la plenitud humana y divina. Por eso, el
anuncio de Jesucristo a los hombres no es un anuncio más, es el necesario, el más urgente, el que promueve la verdad del hombre y los caminos que éste tiene que seguir y vivir en esta historia
para promover el “humanismo verdadero”, el desarrollo integral del hombre. Por eso, la presencia o ausencia de Dios en las construcción de la historia no es algo secundario, es fundamental,
porque es Dios quien da aliento, gracia y medidas a los hombres.
La Iglesia es misionera y los discípulos del Señor
son misioneros. Por naturaleza, la misión está en las entrañas de la Iglesia y de los discípulos del Señor. Entre otras cosas, porque el origen de la misión de la Iglesia comienza en la misión
del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio del Padre, tal y como nos lo recordó el Concilio Vaticano II (cf. AG 2). Hay que regalar a esta humanidad la noticia más necesaria, que no es de
desastres acontecidos en las vidas y en la historia de los hombres, ni de sus inventos realizados, por buenos que sean para la humanidad. Se trata de dar a conocer otra noticia que transforma y
cambia el corazón del hombre cuando la acoge en su vida. La noticia y la novedad que la Iglesia anuncia al mundo es que Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la Palabra y la Vida vino al
mundo para hacernos “partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4). Él ha querido que participáramos de su propia vida. Y la Iglesia quiere dar a conocer el inmenso amor del Padre que quiere
que seamos hijos suyos. Más que nunca, vemos cómo los hombres y los pueblos no quieren andar en las sombras de la muerte, tienen necesidad de vida y de felicidad. Precisamente por ello, la
noticia es urgente darla. Toda la Iglesia, a la misión.
Somos un Pueblo para todos los hombres. Pero un
Pueblo que sabe que la salvación que Dios ofrece es obra de su misericordia. Dios, por pura gracia, nos atrae para unirnos a Él. ¡Qué fuerza tienen las palabras del Papa Juan Pablo II y de
Benedicto XVI! “En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de
la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia” (NMI 38). “Es importante saber que la primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera viene de Dios y sólo si entramos
en esta iniciativa divina, sólo si imploramos esta iniciativa divina, podremos también ser -con Él y en Él- evangelizadores” (Benedicto XVI, Meditación Sínodo de Obispos, 8-X- 2012). Y es que, en
definitiva, el principio de la gracia debe ser la luz de toda reflexión sobre la evangelización.
¡Qué maravilla la del discípulo misionero que toma
conciencia de su misión, del gran acontecimiento de su vida! Sale por este mundo sabiendo que hemos nacido por el Bautismo, que renacemos por el sacramento de la Penitencia y que nos fortalecemos
y alimentamos en la Eucaristía, celebrada como una alianza de amor con Cristo para vivir con un corazón según las medidas de Cristo, acogedor a todos los hombres y que les acerca el amor
misericordioso que el Señor nos ha revelado. ¡Qué fuerza tiene la misericordia de Dios! En ella encontramos el origen y la meta de sus caminos. El mundo entero y toda la historia de la salvación
se hallan desde la eternidad bajo el signo de Jesucristo (cf. Ef. 1, 3-5; 1 Pe 1, 19ss; Jn 1, 1-14). La misericordia es revelada definitivamente en Jesucristo, es el fundamento de la creación y
de la historia de la salvación. Y esto no es teoría, es realidad de salvación. La misericordia es condición para que exista la justicia, es el principio primordial al que hay que atribuir todo lo
demás, es el origen eterno tanto del mundo como de la historia de la salvación. Movido por la misericordia, Dios quiere desde toda la eternidad en Jesucristo la salvación de todos los hombres.
Esta salvación, que realiza Dios, es la que gozosamente anuncia la Iglesia, diciendo además que es para todos los hombres, ¡Cuánto me gustaría llegar a todos los que se sienten lejos de Dios y de
la Iglesia! ¡Cuánto desearía llegar al corazón de quienes sienten temor, sospecha o indiferencia! Y lo deseo para decirles, con amor y respeto, que también el Señor los llama a ser parte de su
Iglesia. Un Pueblo en el que todos los hombres puedan sentirse acogidos, amados, perdonados y alentados.
Anunciar a Jesucristo, decir a todos los hombres
¡Cristo, ha resucitado!, supone para la Iglesia el deber de establecer contactos con toda la humanidad, el deber de la misión, asumir que la Iglesia tiene en esta hora de la historia del mundo
una misión de seguir diciendo, aún con más fuerza, aquellas mismas palabras de San Pablo: “ no os conforméis a este siglo, sino transformaos por la renovación de la mente, para procurar cual es
la voluntad de Dios, buena grata y perfecta” (Rm 12, 2). La Iglesia quiere hacerse presente en esta humanidad consagrándose a regalar y hacer presente la misericordia de Dios. Ella no hace de la
misión que el Señor le ha dado de mostrar el rostro misericordioso de Dios, un privilegio. Ni tampoco hace de esta fortuna que nuestro Señor puso en sus manos, un motivo para desinteresarse de
quien no la ha conseguido. Todo lo contrario. Su riqueza y su misión se convierten en un argumento de interés y de amor para todos los hombres. Establecer la cultura del encuentro y de la
inclusión es su gran misión y tarea. Precisamente por eso, la Iglesia se hace palabra, mensaje, coloquio, porque como nos dice el mismo Jesucristo, “no envió Dios su Hijo al mundo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3, 17).
Tenemos una noticia importante que dar, la más
importante y el Señor cuenta con nosotros para darla. La noticia es ésta: ¡Cristo ha resucitado! La nueva evangelización implica un protagonismo nuevo de los bautizados que quiero resumir en
estas tres notas:
1) Impresionados: sí, dejemos que Nuestro Señor nos
conmueva, hagamos consciente el acontecimiento más grande de nuestra vida, el Bautismo, la entrada del Señor en nuestra vida, su Vida en nuestra vida, injertados en Cristo.
2) Con alegría: la que nace de un Dios que ha
querido contar con nosotros; póstrate y abrázale.
3) Siendo testigos en medio del mundo: id a
comunicar, sabiendo que un testigo va sin miedos y va haciendo vivo el primer encuentro con el Señor. Tendrá dificultades, pero puede más la fuerza de Dios que la de los hombres.
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia