Hemos comenzado un tiempo muy especial para todos
los discípulos de Jesucristo. Estamos en la Semana Santa, que nos hace ver, contemplar y vivir, siguiendo las huellas de Jesús, el triunfo de Dios y el triunfo del hombre, la salvación que Dios
mismo regala como gracia a los hombres. “¿Dónde está, muerte, tu victoria?” El triunfo es de la Vida, que es el mismo Jesucristo. El Señor, a través de la Iglesia, nos hace un regalo excepcional:
nos muestra su triunfo. Bien es verdad que nos revela, también, el camino de ese triunfo. ¡Qué admiración produce el contemplar a los primeros discípulos en los momentos en que ellos descubren y
tienen una experiencia personal de la Resurrección de Cristo! Hemos de tener en cuenta que, cuando los primeros discípulos tuvieron presencia en sus vidas de la Resurrección, eran unos hombres
que habían abandonado toda esperanza. Recordemos a los discípulos en el camino de Emaús cómo iban desesperanzados. Pero en ese camino, en el encuentro que tienen con el Resucitado a quién no han
reconocido aún, demuestran una vida tan profunda y abundante que ellos mismos viven la novedad que a sus vidas trae ese encuentro y, por eso, el deseo que manifiestan con palabras cuando dicen:
“quédate con nosotros porque atardece y el día va declinando”. Se encontraron con Él, había Resucitado.
Contemplar la victoria definitiva de Jesús viendo
la tumba vacía, el santo sudario doblado, las narraciones de las apariciones, etc., es muy bueno, pero hay mucho más en lo que debemos fijar nuestra mirada: contemplar la respuesta que dan los
discípulos de una manera clara al Señor por el que dieron la vida misma. Se sabían salvados e incorporados a la misma Resurrección de Cristo y, por ello, son capaces de compartir tranquilamente
la fe en la resurrección que, desde una experiencia única y difícilmente descriptible, descubren entonces. Así, comunican ya la certeza absoluta de que Jesús no había perecido en la corporeidad
histórica de su vida, sino que seguía viviendo y les hacía, por sí mismo, experimentar de forma activa el triunfo definitivo de su existencia. Y en ese triunfo que es la Resurrección estaba
también su triunfo, pues era la conquista que el Señor había realizado para el hombre. La Resurrección de Cristo nos asegura que, por el poder de Dios alcanza la victoria el
hombre.
Hoy os invito a dirigirnos al Señor Resucitado así:
¡Señor Jesús! Aquí estoy dispuesto a salir, a partir donde Tú quieras para anunciar al mundo entero tu Evangelio, lo que Tú eres, Buena Noticia, Salvación, Camino, Verdad y Vida, triunfo sobre la
muerte, Resurrección. Danos, Señor, por tu mediación al Espíritu Santo para que, con su fuerza y con la valentía que engendra en la vida del ser humano, nos dé fortaleza y consolación, nos haga
estar abiertos para dar buen y eficaz testimonio de tu Resurrección. Asístenos, Señor, para vivir unidos a Ti, en una comunión como la que Tú vivías con el Padre, para transmitir al mundo y hacer
presente en él tu rostro, tu paz y tu salvación. ¡Haznos testigos de la Resurrección! Este mundo necesita hombres y mujeres en los que, al estilo de tus discípulos primeros, en un encuentro
contigo como sucedió con San Pablo en el camino de Damasco, se encienda la fe y entre de tal manera en nuestras vidas que muerte-resurrección constituyan el arranque de la novedad cristiana y el
troquel que la modele y dé el sabor y valor a toda nuestra vida, para así contagiar a los hombres la “alegría del Evangelio”. Amén.
Quiero deciros en este tiempo lo que tiene que
significar para nosotros “y al tercer día resucitó”. Siete expresiones que están en el Evangelio pueden ser las que nos ayuden a ver lo que significa esta afirmación que hacemos desde la
fe:
1. “¿Quién es éste?” Esta pregunta es la que se
hacía toda la ciudad de Jerusalén cuando entró montado en una borrica y “la gente que iba delante y detrás gritaba: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor” (cf. Mt
21, 1-11) . Descubramos y contemplemos quién es el Señor. El apóstol San Pablo nos lo describe y nos lo dice en la Carta a los Filipenses (cf. Flp 2, 6-11) Necesitamos meditar y acoger en nuestro
corazón a quien se hizo uno de nosotros, siendo Dios, para salvarnos. ¿Quién es Jesucristo para mí?
2. “¿A qué viene este derroche?” Es la pregunta que
los discípulos hacen en Betania cuando se acerca una mujer llevando un frasco con perfume caro y lo derrama sobre su cabeza. No entienden que ella ha descubierto el verdadero tesoro que nos hace
ricos a todos, pues llena nuestro corazón y hace de él un corazón que comparte, que da siempre a todos sin excepción, que como el del Señor da hasta la propia vida por los hombres. ¡Qué fuerza
tiene la expresión final del Evangelio: “en verdad os digo que en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio se hablará también de lo que ésta ha hecho, para memoria suya”! (cf. Mt
26, 6-13)
3. “¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo
entrego?” Es la pregunta de Judas a los sumos sacerdotes. Pero no olvidemos que es la pregunta que a menudo, no dicha pero sí predicha, nos hacemos todos cuando vendemos la presencia en nosotros
del Señor y su Vida por cualquier otra cosa. Nuestros egoísmos, afectos, faltas de fe, y de esperanza, en muchas ocasiones nos hacen vender a Jesús por recoger cualquier cosa que nos deja más
vacíos de lo que estábamos. El vacío del hombre cuando no tiene a Dios es tremendo y hoy tiene muchas manifestaciones. ¿Qué estoy dando y vendiendo para olvidar a Jesucristo? (cf. Mt 26,
14-16).
4. “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de
Pascua?” Hoy es necesario que el Señor sea Pascua, en muchas situaciones humanas y sociales en las que hay urgencia de que la Resurrección se visibilice: la familia, en todas las periferias
existenciales en las que muchos hombres viven. El grito de Dios preguntándonos a todos “¿dónde está tu hermano?”, sigue oyéndose en el que está esclavo, en el taller clandestino, en la red de
prostitución, en los niños que utilizan para la mendicidad, en el que trabaja a escondidas porque aún no ha sido formalizado, en todos los excluidos, maltratados, violentados, indefensos,
inocentes, allí donde los derechos humanos no son respetados, también ahí hay que celebrar la Pascua y hay que preparar sitio para el Señor (cf. Mt 26, 17-35).
5. “¿No habéis podido velar una hora conmigo?” El
diálogo con Dios es esencial. El mismo Señor nos lo dice: “velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto pero la carne es débil”. Nuestra vida, si quiere ser humana,
tiene que realizarse en un diálogo permanente con Dios. En Él descansamos y tenemos respuestas y luz para hacer el camino (cf. Mt 26, 36-46).
6. “¿A cuál de los dos queréis que os suelte?” La
pregunta de Pilato, que sigue planteándose en todas las latitudes de nuestro mundo, es decir ¿queréis tener a Dios como fundamento de vuestras vidas o queréis tener a un hombre? O mejor, ¿queréis
el bien o el mal? Eso sí, una cosa es lo que decimos los hombres y otra lo que dice y quiere Dios para nosotros. Y Él siempre sale a nuestro encuentro y su fuerza es la que triunfa y se
manifiesta (cf. Mt 27, 11-26).
7. “No está aquí: ¡ha resucitado!...Alegraos” Fue
la noticia que recibieron María Magdalena y la otra María al “alborear el primer día de la semana”. Es la noticia que hemos recibido nosotros y que debemos de comunicar a todos los hombres: “Id y
haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que estoy con vosotros todos
los días, hasta el final de los tiempos” (cf. Mt 28, 1- 20).
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia