Acabo de llegar del XXXIV Encuentro de Apostolado
Seglar celebrado en Madrid, que ha organizado la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar (CEAS). Hemos estado reunidos obispos de la Comisión, delegados de Apostolado Seglar de las diversas
diócesis de España y presidentes de movimientos y asociaciones. Ha sido un tiempo de gracia en el que todos hemos percibido, de un modo evidente, el regalo lleno de belleza y de bondad que
Nuestro Señor ha querido hacer a la Iglesia, para que siga caminando con confianza y esperanza en este tercer milenio. Todos los que hemos asistido (obispos, sacerdotes y laicos) hemos sentido de
una manera especial la urgencia de vivir con esa certeza que el Papa Francisco con tanta pasión nos manifiesta: “Ser Iglesia es ser Pueblo de Dios, de acuerdo con el gran proyecto de amor del
Padre. Esto implica ser fermento de Dios en medio de la humanidad. Quiere decir anunciar y llevar la salvación de Dios en este mundo nuestro, que a menudo se pierde, necesitado de tener
respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino. La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado,
perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (EG 114).
¡Qué importante es descubrir y vivir por parte de
todos los cristianos que la Iglesia ha nacido para propagar el Reino de Cristo! Es lo que nos dice el Papa Francisco: “En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha
convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28, 19)” (EG 120). El Señor anunció la venida del Reino al mundo y, además, convocó a los apóstoles y a los discípulos y les dio la misión de propagar su
Reino por toda la tierra. Este es un imperativo para todo el Pueblo de Dios, es competencia y obligación de todos: sucesores de los Apóstoles, consagrados y laicos. Es cierto que esta gran misión
que nos ha encomendado el Señor, se realiza en la Iglesia asociadamente e individualmente. Así, hemos de aparecer en la vida, todos trabajando y siendo testigos en el lugar en que estemos. Pero
también hay acciones en las que los cristianos se asocian y agrupan en múltiples niveles. Y es que hemos de hacer verdad lo que nos decía el Concilio Vaticano II: “La Iglesia ha nacido con este
fin: propagar el Reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y hacer así a todos los hombres partícipes de la redención salvadora y por medio de ellos ordenar realmente todo el
universo hacia Cristo… La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado” (AA, 2).
¡Cuántos pensamientos venían a mi cabeza y mi
corazón durante las jornadas escuchando las ponencias, los diálogos y preguntas que allí teníamos! Para todo cristiano, el Bautismo es el germen radical de su ineludible lanzamiento a la misión.
De ahí que el Papa Francisco se exprese así: “La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados… Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha
encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos ‘discípulos’ y ‘misioneros’, sino que somos siempre ‘discípulos misioneros’” (EG 120). Para los laicos cristianos tiene una
singularidad, pues están llamados a instaurar el orden temporal de tal manera que, salvando íntegramente sus propias leyes, se ajuste a los principios superiores de la vida cristiana. Será
considerado su compromiso en el orden temporal como auténtico, si es que está orientado por el Evangelio en sus motivaciones, en sus métodos y en sus objetivos. ¡Qué fuerza tiene para nosotros el
saber que la Iglesia desde su mismo origen ha entendido siempre la evangelización como su función esencial y primordial!
Para todos los cristianos la evangelización es
tarea prioritaria, pues su misión tiene que llegar a todos los hombres. La Iglesia tiene que acercar a todos la Buena Noticia. En definitiva, esto es lo que significa evangelizar: llevar la Buena
Nueva a todos los ambientes de la humanidad, a todos los sectores y a todas las culturas. Sabemos que es esta Buena Nueva, que es el mismo Jesucristo, quien transforma la humanidad, la renueva
desde dentro mediante la formación de hombres nuevos, con esa novedad que trae el Bautismo y vivir la vida según el Evangelio (cf. EN 18-20). A esta evangelización estamos llamados todos los
cristianos, dándole un contenido esencial, como es testimoniar el amor del Padre que se ofrece a todos los hombres en Jesucristo con la promesa de la vida futura a través de la comunión con la
Iglesia de Cristo.
Testigos y apóstoles son quienes muestran al Dios
revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo y, con palabras y obras, dicen que el Padre ha amado al mundo en su Hijo y, en Él, ha llamado a los hombres a la vida eterna. Es una salvación
que comienza en esta vida y que tiene su cumplimiento en la eternidad. El ser testigo y apóstol incluye el anuncio profético de la vida futura, el hacer ver el amor entre Dios y los hombres, y el
amor fraterno entre todos los hombres. Por otra parte, el testigo y apóstol dialoga con Dios, es decir, ora y vive la comunión con la Iglesia que la expresa mediante la participación en los
sacramentos, entrega un mensaje de liberación que afecta a toda la vida y entiende la promoción humana sin ninguna reducción.
¡Atrévete a ser testigo y apóstol! ¡Atrévete a
vivir la radicalidad bautismal! ¡Atrévete a decir a todos los hombres que quien da la plenitud a la vida del hombre y a todo lo que existe es Jesucristo! ¡Atrévete a ser grande en el Reino de
Dios, es decir, a prolongar en medio de esta historia la vida misma que Jesucristo te ha dado en el Bautismo! El Evangelio del pasado domingo (cf. Mt 5, 17-37) nos invita a vivir con este
atrevimiento. Por ello, nos insiste en tres aspectos, con tres palabras: dar, reconocer, vivir: 1) Dar vida siempre y en todo lugar: se refiere a la vida de Cristo, que engendra comunión y
fraternidad, por eso nos dice “no matarás”; 2) Reconocer la dignidad que tiene todo ser humano por el hecho de ser imagen y semejanza de Dios: nos invita a no utilizar a los demás a nuestro gusto
y para vivir hacia nosotros mismos, por eso el Señor nos dice, “no cometerás adulterio”; 3) Vivir siempre en la verdad, que se manifiesta de una manera evidente y clara en Jesucristo, por eso nos
dice, “no jurarás en falso”. Vivir así nos hace tener respuestas con obras y palabras para cuestiones que son importantes.
Creados por Dios a su imagen y semejanza, por tanto
con vocación única que es la divina, somos “sacerdotes de la creación”. ¿Qué consecuencias tiene esto? “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1). Cuando falta el encuentro con Cristo, la
existencia cristiana se diluye como vocación y misión, como testigo y apóstol. Os decía en la carta pastoral anterior que la cuestión de Dios es fundamental, ya que desde ella se responde a otra
importante como es la cuestión del hombre. Por eso, esta invitación de hoy para todos: ¿desde qué esperanza y confianza básicas puede el hombre sembrar en su vida esa capacidad de lucha y esa
tenacidad de donde brota la verdadera dignidad humana que serena, estimula y nos hace vivir juntos y no enfrentados? Nuestra confianza en Jesucristo nos da las bases del diálogo y entendimiento
en esta historia, pues ningún ser humano posee la verdad absoluta. Sólo se nos ha dado en Jesucristo. ¡Atrévete a ser testigo y apóstol!
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia