El hambre no depende únicamente de las situaciones
diversas geográficas, climáticas o de cualquier circunstancia que surja con aires desfavorables de las cosechas. El hambre también viene provocada por el hombre mismo. Hay tantas situaciones que
provocan la muerte del hombre que debemos de estar atentos también hoy a la pregunta que sigue haciéndonos el Creador: “¿dónde está tu hermano?”. Que, hoy, tendría también esta traducción: ¿cómo
está tu hermano? Sin lugar a dudas, nuestros egoísmos, que tienen traducciones muy diversas, hacen posible que pasemos por la vida sin hacernos estas preguntas. Pero la especulación a costa de lo
que sea, el olvido de que todo hombre es mi hermano, de que el mundo lo ha creado Dios para que vivamos todos los hombres como hermanos y con la dignidad que Dios nos ha regalado, lo mismo que
una organización social deficiente, hacen posible que existan seres humanos que no tengan lo necesario para vivir. Como nos ha dicho el Papa Francisco, “la mayoría de hombres y mujeres de nuestro
tiempo vive precariamente el día a día, con consecuencias funestas. Algunas patologías van en aumento… Hay que luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad… Así como el mandamiento
de no matar pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir no a una economía de la exclusión y de la iniquidad. Esa economía mata” (EG 52-53). La fraternidad
debe concretarse de manera práctica, con iniciativas concretas, políticas y económicas que hagan posible mejorar las condiciones de vida.
Manos Unidas, organización de la Iglesia, se ha
propuesto desde su nacimiento, ayudar a cambiar este mundo. Precisamente, la Campaña de Manos Unidas este año 2014 tiene este lema: “Un mundo nuevo, proyecto común”. El grito de Manos Unidas este
año es que hay que eliminar y sacar la pobreza crónica que afecta a dos mil millones de personas; que hay que eliminar el individualismo. Y una manera de retirarlo es dejar nuestra comodidad y
nuestros intereses personales y ocuparnos de los demás siempre. Otra, eliminar de este mundo la ley del más fuerte que continuamente engendra violencia y falta de paz. Una más, realizar una
opción por el bien común que es, precisamente, lo que crea una confianza en lo más profundo del corazón del ser humano para saber experimentar que se pueden cambiar las cosas siempre y cuando nos
impliquemos en ello… La fuerza que tienen para nosotros las palabras de Nuestro Señor Jesucristo y la manera en que Él mismo las hizo realidad son tan evidentes y necesarias que nos acogemos a
ellas: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos
míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13, 34-35). Y esto nos pidió el Señor que lo extendiésemos a todos los hombres. Precisamente por eso, cuando se devalúa este mandato del Señor,
se devalúan valores que son fundamentales en las personas y en las instituciones, prevalece el subjetivismo y el individualismo crece, se genera una despreocupación y un desinterés por el bien
común. En definitiva, dejamos de construir un mundo nuevo, ese Reino que ha comenzado con Jesucristo que es la expresión verdadera de lo nuevo.
Creemos en la fuerza que tiene el Evangelio para
cambiar el corazón de los hombres, de tal manera que el mandato del amor, que ha sido una gracia que el Señor ha puesto en nuestra vida con su Vida, cuando lo vivimos, nos hace ofrecer todo lo
que somos y tenemos a disposición de los demás, muy especialmente de quienes tienen menos. La Campaña contra el hambre que viene desarrollando Manos Unidas desde su nacimiento tiene cada día más
vigencia y más fuerza. El Papa Benedicto XVI nos recordaba en la Encíclica “Caritas in veritate” la importancia que tiene saber que somos hermanos, que somos una familia todos los hombres, pues
todos somos hijos de Dios y, por ello, hermanos entre nosotros. Por eso, tienen una vigencia siempre actual sus palabras que nacen del mismo Jesucristo: “el desarrollo de los pueblos depende,
sobre todo, de que se reconozcan como parte de una sola familia, que colabora con verdadera comunión y está integrada por seres que no viven simplemente uno junto a otro”. Es decir, en el fondo
nos recuerda que tenemos que acentuar, reforzar y formular de modos concretos la comunión entre todas las personas, para hacer posible el verdadero desarrollo, ése que responde a las exigencias
que tiene la dignidad que Dios puso en el hombre y que nos ha sido revelada y manifestada por el mismo Jesucristo.
El viernes 7 de febrero, Manos Unidas nos invita a
celebrar el Día del Ayuno Voluntario y el domingo 9 de febrero, a la Jornada Nacional de Manos Unidas. Ésta del 2014 es la LV Campaña, “Un mundo nuevo, proyecto común”. Os invito a vivir y a
celebrar estos acontecimientos que miran más allá de nosotros mismos. Lo que colaboremos en nuestra Archidiócesis de Valencia tiene un destino muy concreto en proyectos en Ecuador, Guatemala,
Nicaragua, Perú, Benín, Camerún, Malawi, Marruecos (con dos proyectos: taller de costura y centro de migraciones), Mauritania, Sudán, Togo, Bangladesh, India (cinco proyectos: sanitario, hogar
padres con SIDA, ampliación de una escuela de educación especial, viviendas para viudas e internado para niñas). ¡Pongámonos en marcha! ¡Vamos a hacerlos entre todos! Es verdad que todos lo
estamos pasando mal. Pero hay quienes lo pasan peor. Hoy más que nunca, ante las crisis que nos afectan también a nosotros, tiene que existir solidaridad y cooperación. Prestemos atención a las
necesidades de los demás, son nuestros hermanos más débiles, luchemos contra el hambre y la desnutrición. Cooperemos en crear un espíritu de justicia, armonía y paz entre todos los
hombres.
Os recuerdo algo que, muy a menudo, os he dicho en
mis cartas semanales: no podemos permanecer pasivos ante ciertos procesos de globalización que hacen crecer desmesuradamente la diferencia entre los hombres. Cuando vemos ciertas imágenes en los
Medios de Comunicación Social, es verdad que nos sobrecogen. Pero hemos de ir mucho más allá, hemos de preguntarnos y responder adecuadamente a estas preguntas: ¿no son nuestros hermanos y
hermanas? ¿Acaso sus hijos no vienen al mundo con las mismas esperanzas legítimas de felicidad que los demás? Nuestro Señor Jesucristo, Pan de vida eterna, nos hace estar atentos a los demás, a
todas las situaciones de pobreza en que se encuentran. El alimento de la Verdad, que es el mismo Jesucristo, nos impulsa a decidirnos a eliminar las situaciones indignas de los hombres y nos da
fuerza y ánimos para trabajar sin descanso en la civilización del amor, en construir lo que el Papa Francisco, en la Encíclica Lumen fidei, nos dice en su capítulo IV: “Dios construye la nueva
ciudad”.
La Iglesia tiene que estar atenta a todas las
situaciones que vive el ser humano, debe trabajar, sostener, con palabras y obras, una acción solidaria, programada, responsable y regulada. No hace con ello acciones políticas. Se une al
esfuerzo por regalar la vida y reconocer la dignidad que tiene todo ser humano, viendo en todos su valor trascendente que es el primer paso para favorecer la conversión del corazón. Cristo nos
propone, de modo visible, el rostro de Dios y el rostro del hombre. “Un mundo nuevo, proyecto común”.
Con gran afecto os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia