La celebración de la Cuaresma siempre tiene retos para los discípulos de Jesucristo. Él se acerca a nosotros para llamarnos a la conversión. Pero en este Año de la Fe y en el marco del Itinerario
Diocesano de Renovación, cuyo lema es “Para mí la vida es Cristo”, tenemos una acción significativa sobre la que deseo conversar con vosotros. Permitidme proponeros las líneas fundamentales desde
las que todos los cristianos estamos invitados a vivir la “Misión en Valencia Porta fidei”, cada uno de nosotros según nuestra responsabilidad. Todos estamos llamados a esta misión. “La puerta de
la fe, que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros” (Porta fidei, 1). Tengámoslo claro: abierta a todos los hombres y
mujeres de nuestra tierra y, por ello, a todos también debemos invitar a participar en esta misión. Y esta invitación la tenemos que realizar todos: los sacerdotes desde sus parroquias
respectivas, los consagrados y consagradas desde sus casas e instituciones, los laicos cristianos llamando e invitando a otros a asistir a la misión, acompañándolos en la escucha de ese anuncio
de Jesucristo. Daos cuenta que lo que deseamos realizar en esta “Misión en Valencia Porta fidei” es lo que el Papa Benedicto XVI en su primera encíclica nos decía: “no se comienza a ser cristiano
por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est,
1).
“El amor de Cristo nos apremia” (2 Cor 5, 14). Aquí está la raíz en la que nace y se desarrolla la “Misión en Valencia Porta fidei”. La misma caridad que movió al Padre a mandar a su Hijo al
mundo, y al Hijo a entregarse por nosotros hasta la muerte de cruz, fue derramada por el Espíritu Santo en el corazón de los creyentes. Y esto es lo que nos mueve a todos los miembros de la
Iglesia, a todos los que vivimos conscientemente nuestro Bautismo, a todos los que sentimos la unión que tenemos con quien es la vida verdadera, para cooperar en la misión de Cristo. Una misión
que se resume en llevar a todos los que encontremos por nuestro camino la Buena Nueva, de que Dios es amor y que ha venido a este mundo para salvarlo. Nuestra misión, como toda la misión de la
Iglesia, tiene que estar orientada por el amor, tiene que brotar de un acto profundo de amor. No es una actividad más de las que podríamos hacer por otros motivos. Nace del amor. Es el Amor el
alma de la misión. Es el amor que Dios tiene por cada persona lo que constituye el centro de la experiencia y del anuncio del Evangelio, de tal manera que quienes acogen este anuncio,
necesariamente, también se convierten en testigos. Y el amor de Dios que da vida al mundo es el amor que nos ha sido dado en Jesús, imagen perfecta de la misericordia del Padre. Entraremos y
promoveremos la “Misión en Valencia Porta fidei” si nuestro compromiso se une a la fidelidad al amor divino. El Beato Juan Pablo II, nos decía como el amor era el alma de toda actividad misionera
(cf. Redemptoris missio, 60).
Quiero expresar mi agradecimiento sincero a todos los sacerdotes de la Archidiócesis por la acogida que habéis dado a esta acción en el Año de la Fe y en el marco del Itinerario Diocesano de
Renovación. Estoy seguro que la misión renueva nuestra confianza absoluta en Jesucristo. Nos hace unir con más fuerza ser discípulos y ser misioneros, que son como dos caras de una misma moneda.
Enamorados de Cristo, no podemos dejar de decir a los hombres que solamente Él nos salva, que sin Él no hay luz, ni esperanza, ni amor, ni futuro. Anunciar al Señor, realizar la “Misión en
Valencia Porta fidei” es el mayor servicio que podemos hacer para crear presente y futuro en nuestras gentes. El avance de una cultura secularizada, que olvida a Dios, deja al hombre en una
soledad terrible y provoca las enfermedades más destructivas cuyas consecuencias estamos viendo, introduce también con fuerza el secularismo en la vida de los creyentes y en las instituciones
básicas en las que viven y crece la vida de los hombres: familia, escuela, etc. Estas situaciones crean unas emergencias en la existencia humana tremendas y pueden llevarnos, sin darnos cuenta, a
encerrarnos en nosotros mismos, a mirar con menos esperanza el futuro, a establecer unas relaciones meramente utilitaristas e ir cada uno a lo suyo, porque vemos que los resultados no son como
nosotros querríamos que fuesen. Precisamente, éste es el momento de abrirnos con confianza a Dios, sabiendo y teniendo la seguridad que Él nunca abandona a su pueblo y que la fuerza y el poder es
de Dios y no es de los hombres. Os invito a los consagrados y consagradas a participar según vuestro carisma en esta misión, como os comenté el Día de la Vida Consagrada. En las instituciones
educativas o de otro tipo que atendéis, realizad la misión. Os invito a los cristianos laicos a participar y a llevar a otros, que quizá en estos momentos están lejos de la fe, a asistir a estos
encuentros. Poned todos los medios necesarios para que todos sepan, precisamente en este momento de la historia, que se les hace una invitación a fiarse de Dios, a entrar por una puerta que hace
posible que la Luz, que es Dios mismo, elimine todas las oscuridades que ponemos los hombres.
¿Qué vamos a hacer y cómo vamos a presentar la misión para que todos se sientan atraídos por Jesucristo? Estoy convencido de que todos los hombres hoy necesitan oír de nuevo que alguien, en
nombre de Jesucristo, les pregunte: ¿qué buscáis? Y que la respuesta a esos anhelos, que anidan en el corazón de toda existencia humana, la encuentren en una presentación sencilla y profunda como
la que hizo Nuestro Señor Jesucristo hablando y mostrando el rostro de Dios. En nuestra misión hemos de predicar para invitar a creer: en Dios que es Padre, en su Hijo que nos muestra el rostro
de Dios y nos regala su perdón, y en la fuerza del Espíritu Santo con la que el Señor ha llenado la vida de la Iglesia. ¡Qué fuerza tiene poder presentar a Dios como principio de la realidad del
mundo y de la plena humanidad del hombre! ¡Qué hondura alcanza no silenciar la primacía de la conversión personal a la que el Señor nos llama acercándose a nuestras vidas para regalarnos su
perdón y su gracia, para rehabilitarnos! ¡Qué significado adquiere nuestra vida y que mística establece en ella el tomar conciencia de que somos llamados e invitados a la pertenencia eclesial por
el mismo Jesucristo!
Convocados a “anunciar las maravillas del que los llamó de las tinieblas a su luz admirable” (LG 10). La misión nos atañe a todos: sacerdotes, miembros de la vida consagrada, laicos,
instituciones, asociaciones, movimientos, comunidades… Hemos convocado la misión a través de todas las parroquias, institución tan querida por la Iglesia y que sigue siendo lugar privilegiado
para vivir la adhesión a Jesucristo. La misión es un deber: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9, 16), nos dice San Pablo, después de su experiencia en el camino de Damasco y que
después impulsó toda su vida. En la “Misión en Valencia Porta fidei” acogemos las palabras de Jesús y las ponemos por obra: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28, 19-20).
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia