Estamos terminando el tiempo de Adviento y dentro de unos días vamos a celebrar la Navidad. Muchas cosas me gustaría decir sobre lo cierto que es
que en la Navidad celebramos que Dios se ha hecho hombre por nosotros y nos invita a renacer en Él. Su presencia en este mundo, en la historia de los hombres, trae una novedad absoluta: nada más
ni nada menos que la novedad de estar a la altura de Dios, a tener su vida. Viene al encuentro del hombre como niño indefenso para que podamos amarlo. Viene a interpelarnos haciéndose uno de
nosotros para que estemos con Él y para que podamos ser semejantes a Él. ¡Qué fuerza tiene su presencia! La fuerza de poder decir: Dios ya no está lejos, se ha dejado conocer, es accesible a
nuestro corazón, se nos regala. No lo olvidemos, dejemos que esto haga mella en nuestro corazón, alma y mente, pues, por muchos regalos que tengamos en la vida, el verdadero regalo es el que me
hace Dios, que baja a esta historia y nos da su vida eterna, para elevarnos a la dignidad misma de Dios. Tenemos su altura, su vida, sus medidas, su amor, su gracia, su fortaleza. ¡Contempla el
misterio del Nacimiento de Dios! Dios se hace humilde, se hace hombre como nosotros, para meter su divinidad en la historia, en la vida del hombre, para divinizar al hombre.
Acojamos a Cristo en nuestro corazón. Es necesario abrir la vida al Señor que nace en Belén. Sobre todo, ahora, en este mundo globalizado, donde se dan sangrientos conflictos, siguen las amenazas
de guerra, se olvida la búsqueda del bien común, del desarrollo pleno de todos los hombres y de todo el hombre, donde hay confusión a la hora de ver la verdad del hombre porque se mira al ser
humano a trozos y no en su totalidad. En este mundo en el que predominan egoísmos diversos e individualismos, que tiene su expresión en un capitalismo exacerbado que para nada mira y se regula en
el servicio de la persona; en este mundo donde el terrorismo se mantiene y somos incapaces de eliminar, donde la convivencia internacional se inspira en criterios de poder o de beneficio, donde
se estipula si aparece como el mejor negocio, donde se dan fanatismos que distorsionan la verdadera naturaleza del hombre y de la convivencia; en este mundo es urgente proponer y establecer
fórmulas de comunión y de reconciliación entre los hombres. ¿Es posible hacer esto? ¿Hay fórmulas? Hay una persona, el Dios que se hace Hombre, que si dejamos que entre en nuestra vida, la diseña
con una originalidad tal, que nos hace descubrir que todos los hombres somos hermanos y que estamos en este mundo, no para aprovecharnos los unos de los otros, sino para dar lo mejor que tenemos
a los demás. Esto es lo que hizo Dios mismo: se hizo hombre y lo mejor que tenía, que era su Vida, nos la entrega a los hombres.
¡Cuántas iniciativas hay en este mundo para lograr que los hombres podamos establecer un modo de vivir que destierre las realidades y las amenazas que nos destruyen! Y sin embargo, por la fuerza
de los hombres no lo logramos. Podemos tener unos tiempos de mejores relaciones entre nosotros, pero surgen enseguida las rupturas y los egoísmos. Me atrevo a hacer esta afirmación: cuanto más
fuera de la vida y de la historia de los hombres está Dios, más razones parece que tenemos para destruirnos. La amenaza de la expulsión de Dios de la vida y de la historia de los hombres es un
arma de destrucción a la propia vida del hombre. No hay capacidad para reconocer la dignidad verdadera del ser humano desterrando a Dios. La implantación de la dictadura del relativismo en la
moral y de una moral autónoma totalmente, que se cierra a reconocer la ley natural inscrita por Dios en la conciencia de cada ser humano, es un atentado a la vida y a la convivencia. ¿Qué se
puede hacer por una sociedad que se quiere construir negando lo que constituye la verdadera naturaleza del ser humano, lo que son las dimensiones constitutivas de su ser, su capacidad de conocer
la verdad y el bien? Abrir el corazón a esta noticia: “Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis una señal: encontraréis a un niño envuelto en
pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 11ss.).
¿Qué encontraron los pastores en Belén? Nada prodigioso, ni extraordinario, ni espectacular se les dio como señal de la presencia de Dios. Ellos vieron a un niño envuelto en pañales como los
demás niños recién nacidos. Un niño que necesita los cuidados de su madre, que además ha nacido en un establo y que, en vez de estar en una cuna, está acostado en un pesebre. ¿Sabéis cual es la
señal de Dios para los pastores y para nosotros? Precisamente el niño, en su necesidad de ayuda, en su pobreza. Es una manera de decirnos Dios que si no lo acogemos por su poder, por habernos
hecho a su imagen y semejanza, por haber creado todo lo que existe, que por lo menos lo acojamos como se acoge a un niño recién nacido que enternece nuestro corazón. ¿Tiene sentido hacer esta
propuesta? Necesitamos de su ayuda en nuestra pequeñez y pobreza. Sólo si lo acogemos seremos grandes y ricos y haremos de todos los que nos rodean hombres grandes y ricos. La señal de Dios es la
sencillez, se hace pequeño por nosotros, no quiere abrumarnos con su fuerza y su poder, ni siquiera nos pide que veamos sus obras, nos pide sencillamente nuestro amor. Al darle nuestro amor
entran en nosotros sus sentimientos, sus pensamientos, su voluntad y vivimos con Él, en Él y por Él.
En la Navidad se manifiesta al mundo la Luz que ilumina la vida de cada hombre, el Camino que lleva a la plenitud nuestra humanidad. La entrada de Dios en la vida humana nos hace descubrir un
nuevo modo de desarrollo y de economía. ¿Tiene sentido festejar la Navidad si no se reconoce y se cree que Dios se hizo hombre? ¿Qué celebramos en Navidad? Fijaos cómo el establo del mensaje
navideño representa a la tierra maltratada, pero una vez que ha llegado Cristo a ese establo, no es que se haga un palacio, sino que a todo lo creado le devuelve la belleza suprema y la dignidad
más grande. Precisamente esto es lo que comienza en la Navidad: que el hombre se encuentra con la Belleza y con su verdadera dignidad. Por eso os hago esta invitación: acoged a Dios que se hizo
hombre. Os insisto en la urgencia de volver a anunciar a Jesucristo y lo hago con el convencimiento absoluto que Jesucristo es el primer y principal factor del desarrollo integral del ser humano
y de los pueblos. Quien ha mostrado su rostro en Belén es el rostro verdadero de la justicia, de la reconciliación, de la paz, de la verdad, del hombre. Quienes aman con el Amor de Cristo,
defienden y promueven la vida en su integridad, no pueden dejar de dar a conocer a quien es la Vida.
En estos momentos de la historia, con la crisis financiera y económica, cuando hay crisis de valores, cuando faltan acciones de desarrollo y estructuras éticas en los mercados monetarios,
financieros y comerciales, cuando el problema más grave que acucia a los hombres es la falta de un trabajo digno como derecho fundamental de todo ser humano, cuando hay emergencias en la familia
y en las instituciones que educan a los niños y jóvenes, es más necesario vivir la Navidad y acoger a quien nos muestra otro proyecto para vivir y convivir, para transformar nuestra vida. No
eliminemos a quien nos ha dicho dónde está el Camino, la Verdad y la Vida. Acojamos en Navidad al Dios que se ha hecho hombre.
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia